No, no me he equivocado, no me refiero al estado de excepción que se recoje en nuestra Constitución. Me refiero a que así, decepcionado, frustrado, indignado,
es el estado en el que se encuentra este país todavía llamado España. Desde
una punta a otra de la geografía española los sentimientos de todos sus habitantes son, si no
iguales, sí muy pero que muy parecidos. Y da igual que hables de personas de
tal o cual grupo de edad, de sexo, de nivel económico o sociocultural. Da
igual. Hables con quien hables, todos acaban llegando a alguno de los adjetivos
antes expresados.
Y tienen
razón.
Tienen razón y
motivos para indignarse los pensionistas que ven cómo, después de partirse el
lomo trabajando durante treinta y cinco o cuarenta años ─con sus
correspondientes cotizaciones─ ahora tienen que escuchar que sus pensiones se
ven congeladas, que se ampliará el número de años para el cálculo de la pensión
─lo que ineludiblemente implica una reducción de la misma─ o simplemente que
tienen que seguir trabajando un par de años más para poder jubilarse…. mientras
los señores Diputados alcanzan la pensión máxima con sólo siete años de trabajo,
si es que esa ocupación es un trabajo, claro. Esos mismos pensionistas que, en
muchos casos, tienen que volver a recoger en sus casas a sus hijos y nietos que
se han quedado sin trabajo y no pueden costearse una vivienda.
Tienen razón y
motivos para frustrarse todos y cada uno de los seis millones de parados
españoles que se ven privados de uno de sus derechos fundamentales recogidos en
nuestra Constitución. En especial aquéllos que pasaron ya de los cuarenta y
cinco que saben que lo tendrán verdaderamente difícil para volver a encontrar
un trabajo digno.
Tienen razón y
motivos para decepcionarse todos nuestros jóvenes a los que se les conculca
otro derecho fundamental recogido en la Constitución: el derecho a una vivienda
digna, teniendo que permaneces muchos años, en ocasiones toda la vida, viviendo
en casa de sus padres. En especial nuestros jóvenes universitarios, entre los
cuales es lógico que cunda el desánimo al saber que están invirtiendo muchos
años de sus vidas ─y muchos recursos económicos de sus familias─ en recibir una
formación que difícilmente les va a permitir encontrar un puesto en España en
el que puedan desempeñar y desarrollar esa vocación profesiónal que han elegido y tendrán que
marcharse al extranjero.
Tienen toda la
razón del mundo para indignarse todos los ciudadanos de España que ven como su
clase política está, en una elevada proporción, metida en ─perdón por la
expresión─ la mierda hasta las cejas, con sus dos principales partidos
envueltos en cientos de casos de corrupción en los que se manejan cifras que
alcanzan muchos de millones de euros. Y no sólo los grandes partidos: cualquier
partido regional, autonómico o local está envuelto en este tipo de turbios
asuntos. Y también los dos principales sindicatos, lo que, dado que se supone
que su única razón de ser es defender a los trabajadores, ya es el colmo. Y
hasta a la Jefatura del Estado le salpican las corruptelas.
Ciudadanos que contemplan, estupefactos,
primero cómo un Gobierno de un determinado color no hace nada para evitar la
deriva del país hacia la ruina y, posteriormente, como el siguiente Gobierno
del color contrario se ve absolutamente incapaz de tomar medidas que hagan rectificar
el rumbo sin hacer pagar el pato a contribuyentes, trabajadores, funcionarios y
pensionistas.
Y tienen toda
la razón para asquearse todos los ciudadanos, pero en especial los familiares
de las víctimas que ven como los asesinos, terroristas, violadores y maltratadores
de sus hijas, hijos, padres, primos, sobrinos, apenas pagan por los delitos que
han cometido y en unos pocos años pisan nuevamente las calles permitiéndose
incluso lanzarles miradas desafiantes cuando no se ríen en su propia cara.
Pero no
podemos tirar la toalla.
No podemos
tirar la toalla porque España y sus ciudadanos han sabido reponerse a lo largo
de su dilatada Historia en común ─ésa que unos pocos pretenden cargarse ahora de un
plumazo─
a muchos tiranos que sometieron y humillaron al pueblo y esquilmaron sus
recursos. Porque este país ha sabido dar lo mejor de sí en múltiples ocasiones
para vencer a numerosos enemigos de dentro y fuera de nuestras propias
fronteras. Porque cuanto más difícil lo hemos tenido, mayor ha sido el
sacrificio de todos los españoles para rebelarse contra la injusticia. Porque
este país ha sabido salir del fango muchas veces, pese a que muchos intentaban
hundirlo en él nuevamente.
Por eso y
también porque nuestros hijos y nuestros jóvenes tengan un futuro mejor que
nuestro presente, esta vez también lo vamos a conseguir.
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